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San Francisco de Macorís, otra realidad

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Por José Carvajal

►Aquí las motocicletas son un medio de transporte popular y no es raro ver hasta cuatro personas apiñadas en un asiento diseñado para dos

San Francisco de Macorís, otra realidad
San Francisco de Macorís, salida a Nagua, (Foto: Archivo / Ruddy Almánzar)

Estoy en el centro de San Francisco de Macorís, la capital de la provincia Duarte, en el nordeste de República Dominicana. Un mundo distinto a todo lo que he visto en la vida. Es el pueblo natal del famoso playboy dominicano Porfirio Rubirosa, el hombre convertido ya en leyenda y que en su tiempo fue primero yerno y luego un protegido del dictador Rafael Leonidas Trujillo. Aquí nació también la escritora Hilma Contreras, en cuyo honor se nombra la Biblioteca Municipal que funciona en el mismo edificio del Ayuntamiento.

Donde estoy hospedado hay un ventanal que da a la Cordillera Septentrional y por otros se divisa a lo lejos lo que parece ser una parte de la Cordillera Central. El ruido de la calle es ensordecedor porque estoy en el mismo centro de la ciudad, la tercera más activa en materia económica del país. Es una ciudad pequeña, las calles son estrechas; y en este perímetro todo queda cerca: desde un supermercado, las oficinas públicas, sucursales bancarias y la Catedral Santa Ana, hasta cafeterías, restaurantes y un parque que debe ser el corazón del municipio.

En mi andanza de “reconocimiento de terreno” he conocido gentes que vivieron en Estados Unidos y Europa, y que al cabo de un tiempo decidieron regresar a República Dominicana porque entienden que emigrar no vale la pena, consideran que sacrificaron demasiado al estar lejos de su país. Un hombre que residió más de 30 años entre Nueva York y Florida me dijo que vino a San Francisco contando con lo que recibe de su jubilación, y que para no quedarse con los brazos cruzados abrió una pequeña cafetería. Ahí he comido platos típicos en varias ocasiones.

A veces me pregunto ¿qué hago yo aquí? En este lugar al que no me une nada, salvo que es una de las principales ciudades de mi país. Camino por las calles y no me encuentro. Miro a la gente, escucho personas hablar, las observo, y me entristece saber que parecemos distintos a pesar de que soy dominicano como ellos. Nos separan quizá mi experiencia de casi toda mi vida en Estados Unidos y la lucha de ellos por sobrevivir en un medio donde no hay garantía de nada.

En San Francisco de Macorís se habla mucho de política, de béisbol, de crímenes locales, del costo de la vida; y se escucha música a todo volumen en los establecimientos comerciales, en las casas, en la calle. Quizá lo hacen para evitar otros sonidos más incómodos y ensordecedores. Sonidos de maquinaria pesada, martillos, sierras y otras herramientas de la construcción, pues aquí donde quiera alguien levanta una casa, un edificio, o simplemente se hacen zanjas para introducir tuberías de cisternas o para el desagüe.

La escasez de agua potable y de electricidad ha convertido a los dominicanos en estrategas de la autogestión. Los más acomodados solucionan la falta de servicio de agua con la construcción de una cisterna y la colocación de lo que llaman “un tinaco” en las azoteas de las casas o edificios. El tinaco es un depósito de gran tamaño para almacenar el agua extraída de la cisterna con la ayuda de una “bomba de presión”.

Los mismos acomodados utilizan “inversores” como medida contra apagones. Una casa con un “inversor” permanece con cierto fluido eléctrico cuando ocurren los apagones, que son dispuestos por zonas establecidas por el gobierno. Hay zonas denominadas 24/7, lo que quiere decir que el servicio de electricidad no es interrumpido con tanta frecuencia como en otros lugares, donde se registran diariamente apagones de varias horas.

Yo estoy en una zona 24/7. No he sufrido los apagones ni la falta de agua. El ruido de la calle es mayormente producido por motocicletas y vehículos de todo tipo. Aquí las motocicletas son un medio de transporte popular y no es raro ver hasta cuatro personas apiñadas en un asiento diseñado para dos, si acaso.

También es triste ver mujeres con niños recién nacidos subidas en el llamado “motoconcho”. Pero para la mayoría, andar sobre dos ruedas es la única alternativa para transportarse alrededor de la ciudad; también lo prefieren así antes que ser un pobre peatón cuya vida depende del sentido común de los conductores. Y esto último es un asunto de alto riesgo.

Hace poco el hijo de cuatro años de una pareja que conozco murió tras ser arrollado por un vehículo todoterreno. El accidente ocurrió en un área residencial donde no existen señales de límite de velocidad. “El golpe avisa”, dicen aquí. Es otro mundo, otra manera de vivir, otra realidad.

(Cortesía de: | Para: Cafe56.net | Derechos de Foto: Ruddy Almánzar)