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¿En qué momento comienza uno a hacerse viejo?

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¿En qué momento comienza uno a hacerse viejo?

Cuando tenía dieciocho años tuve una amiga de treinta y me parecía nuestra amistad insólita –por mi parte- puesto que aceptaba en mi entorno y disfrutaba de la compañía de una persona a la que consideraba –de alguna manera y muy equivocadamente- “vieja”.

Es este término un insulto sibilino y solapado donde los haya. Por cuantas veces yo lo pensé o verbalicé en mi juventud, siete veces siete he tenido que padecerlo en mi madurez. Y está bien así, porque si no, no aprenderíamos nada en la vida.

Utilizar como “argumento” ofensivo hacia una persona el hecho de que haya nacido unos cuantos años antes que nosotros es de una falta de categoría y valor moral muy grande. Pero, ya digo, quien más quien menos, en algún momento de nuestras vidas hemos mirado con una especie de desprecio a aquellos que son mayores que nosotros. ¿Arrogancia juvenil o estupidez social permitida? No lo sé.

Sin embargo, hubo un momento en mi vida, ese llamado “punto de inflexión”, que determina el antes y el después de algo verdaderamente importante; un hito, vamos. A partir de cierta edad, dejé de utilizar la palabra “viejo” casi en cualquiera de sus acepciones relativas al ser humano. Porque no puedo hablar descuidadamente –y mucho menos pensar- de los demás y pretender que otros hablen con delicadeza de mi persona; no sería justo ni equitativo. Por eso se me sigue hinchando la vena del cuello cuando algún chaval o chavala maleducado se mofa de una persona mayor diciéndole: “¡tú, cállate, viejo!”.

¿Cuál es exactamente el momento en el que una persona comienza a hacerse vieja?

Toda una serie de circunstancias determinarán el abanico de innumerables posibilidades. Unos por deterioro de la salud física, otros por deterioro de la salud mental; los más por la pérdida de ilusiones y muchos todavía por estado comatoso de los propios sueños. La muerte nos iguala a todos, afortunadamente.

Las grandes desgracias y los dramas personales dejarán su huella terrible en quien los tenga que padecer. Pero el común de los mortales atraviesa el tiempo de la vida sin demasiados sobresaltos. Son más los que ostentan una curva tranquila en su vida que los que padecen altibajos dignos de mención especial. Esos son los que tuvieron infancia, juventud, edad adulta y finalmente una vejez más o menos sin pena ni gloria, en el buen sentido de la palabra.

¿En qué momento de mi vida empezaré –si no he empezado ya- a envejecer?

No se trata de hacer topless o llevar minifalda a los sesenta –como todavía sigue siendo habitual- ni de machacarse “la tableta” en el gimnasio, (esos vigoréxicos incomprensibles para mí) sino de una actitud ante la nueva etapa vital que va asomando las orejas…

Una actitud que nos haga sentir “vivos” en vez de hacernos sentir que ya no servimos para nada.

El margen es muy grande y hay para todos.

Personalmente –y esto es nada o poco discutible- empezaré a envejecer el día en que:

- Me despierte más de tres días seguidos pensando que la vida no tiene sentido.
- Ya no tenga ganas de ir a Paris.
- El sexo me resulte indiferente.
- No mueva un dedo por meterme en un bosque en silencio.
- Prefiera estar en casa a salir a la calle.
- Empiece a ahorrar pensando en “el día de mañana”.
- Mis conversaciones hablen sobre médicos y medicamentos.
- Me dé igual beber vino o beber agua.
- Mis maletas se cubran de telarañas.
- Comience mis frases por el tan temido: “yo ya no tengo edad para…”

Conozco a algunas personas más jóvenes que yo que su rutina consiste en trabajar y volver a casa. Gastan lo menos posible y guardan en el armario toallas sin estrenar por “si viene alguien”. El sofá cubierto con una sábana blanca para no ensuciarlo y la vajilla buena bien guardada para no romperla. Viven como hormiguitas con un gran peso a las espaldas. Probablemente no tengan conciencia de estar envejeciendo porque nunca tuvieron conciencia de ser jóvenes y disfrutar de la vida.

Igual es que ahí está el quid de la cuestión: disfrutar de la vida. Un arte que “no viene de serie” en el ser humano, sino que hay que “estudiar” mucho para aprenderlo…

En fin.

(Cortesía de: Diariovasco.com | Para: Cafe56.net)